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Revista Pan-Amazônica de Saúde

Print version ISSN 2176-6215On-line version ISSN 2176-6223

Rev Pan-Amaz Saude vol.1 no.4 Ananindeua Dec. 2010

http://dx.doi.org/10.5123/S2176-62232010000400001 

EDITORIAL

 

Conocimiento, ética e innovación en el horizonte del bienestar humano: reposicionando un discurso

 

 

Manoel do Carmo Pereira Soares

Editor Associado da RPAS Instituto Evandro Chagas/SVS/MS, Belém, Pará, Brasil

 

 

Título original: Conhecimento, ética e inovação no horizonte do bem-estar humano: reposicionando um discurso. Traducido por: Lota Moncada

 

 

Pretendemos, en este editorial, sin abandonar el rigor delante de los temas del conocimiento, revisar puntos que puedan mejorar nuestras preguntas relacionadas a la temática presentada en el título. Para discurrir un tiempo de inicio para la conversación, aludimos a Teeteto, escrito alrededor del año 369 a.C., uno de los diálogos de Platón, en donde se presentan las indagaciones sobre 'lo que es' y 'lo que no es' conocimiento1. Remonta a esas reminiscencias filosóficas considerar el conocimiento como 'creencia verdadera justificada'. Aunque algunos puntos de tal proposición merezcan cuestionamientos, es razonable admitir que, en su vertiente científica, el acto de conocer sea compatible con la justificativa metódica y rigurosa de una creencia (o hipótesis).

La teoría del conocimiento que llegó hasta nosotros mantiene una fuerte influencia del Renacimiento y de sus científicos. Es a partir de ello que gana fuerza la defensa del acto de conocer obtenido por la vía experimental, presentándose como análisis y síntesis racionales de los fenómenos en medio a la experimentación humana. Se adoptó la expresión "epistemología" para denominar un campo filosófico en donde se realizan las discusiones sobre los caminos del conocimiento científico. Vale señalar que episteme, en la Grecia Antigua, se oponía a doxa, este último término se aplicaba a un tipo de conocimiento obtenido sin rigor, de modo vulgar.

Edgar Morin2 nos dice que Francis Bacon, en la aurora de la ciencia occidental, idealizó y propagó que la misión del conocimiento era, a partir de entonces, librarse de sus rastros imprecisos e incómodos; debía cumplir un proyecto que le exigía emancipación y purificación para tornarse ciencia. Pero, es posible que el proyecto en perspectiva, aunque fabuloso, haya asumido una parcialidad indebida, descuidando otros valores, en dirección al logicismo como ideología. Con ese espíritu precavido es que se pretende aquí ampliar más allá de lo habitual, las consideraciones acerca de la aproximación y de la interacción entre el conocimiento, la ética, la innovación, la creatividad, la condición humana y su bienestar.

Dentro del alcance zooantropológico, el hombre se diferencia de las otras especies de animales, conforme Ernst Dessirer, no por ser racional, pero sí por gozar de un sistema simbólico de comunicación3; de una nueva sintaxis. El hombre puede, por ejemplo, captar y testimoniar el 'transborde' estético del mundo, forjado por los gestos antrópicos - es el arte. El arte relativiza el gesto delante del mundo, se utiliza de un lenguaje que amplía y redimensiona la sensibilidad del observador. Un recorrido sanitario, científico o pedagógico sin el concurso del arte es inviable, pues sin una red artística el ser humano no se sostiene en dirección a nada, todo se estanca y se embrutece, no hay creatividad, incluso la científica. Aún la verdad contiene misterios.

Para promover un breve enjuiciamiento de tales cuestiones, nos cumple exigir dos supuestos: el lenguaje y la antropología, a medida que esos dos campos son comprendidos por el autor de este texto en el diálogo con sus referencias. De hecho, estamos de acuerdo con el punto de vista bajo el cual, solo cambiamos o innovamos nuestro modelo de acción si, rompiendo con el 'mismo', nos reposicionamos y cambiamos nuestra relación con el lenguaje y la antropología formales. Eso, sea por el cruce de alguna contingencia intuitiva o trascendental, como puede haber sucedido con Isaac Newton en su concepción de la ley de la gravedad universal; sea por el alerta algo involuntario de un cofrade iluminado, del modo como Kant admitió que leer a Hume "me despertó de mi sueño dogmático", o aún, como dijo Whitman: "Yo estaba a fuego lento, y Emerson me hizo hervir".

La antropología aquí defendida pide atención para lo que se da a priori en el proceso de estructura de la persona humana. Es, pues, la personalidad (no la individualidad o la naturalidad) el adecuado 'modo de existencia' humano. La personalidad pide lo que es 'constitutivo' - al decir de Gilberto Safra4, por ejemplo. De esa visión ampliada se infiere que también hay un lenguaje constitutivo (indecible, aunque pasible de desvelar) que precede al lenguaje que viene a posteriori, adquirido (decible, compartido, encarnado). Por consiguiente, en la construcción transgeneracional del conocimiento, estará siempre subyacente un problema de lenguaje a ser resuelto: "¿cómo transmitir la totalidad de lo que se quiere decir?". Cabe al hombre, desde que es 'dado a la luz', dar unidad a su antropología y a su lenguaje, juntar lo adquirido a lo constitutivo, a él concedido por el Otro Absoluto. Lo constitutivo se da, por lo tanto, antes de la maduración neuropsíquica - intelectual que propicia la alteridad en la vida de relación cotidiana. Es posible que, aun los alienados y aquellos con deficiencias cognitivas o psicosociales y culturales, puedan acceder a ese registro. Podemos de esta forma inferir que una propuesta unilateral, vertical, moralizante, correctiva o estrictamente higiénico-sanitaria, que no contemple el acceso a lo que es originario, no puede ser ética ni traer bienestar. Renovarse o innovar sin considerar visitar o ser visitado por lo inefable es imposible. Apenas las palabras no bastan. Sin eso, quedan por el camino las proposiciones de justicia o inclusión social, de bienestar o de perfeccionamiento - situaciones que en este momento, se hacen y se rehacen, en medio a acuerdos, contratos y dentro de sus conveniencias espacio-temporales y circunstanciales. La antropología y el lenguaje, dados en sus interacciones y paradojas, en la concepción aceptada para calibrar razonable potencial de sustentabilidad delante de las cuestiones del sentido del ser, tienen que realizarse 'en comunidad', con elevado grado de libertad, dispensando la mera funcionalidad o institucionalidad de los gestos no creativos.

Sin embargo, el aparato técnico y científico que orienta gran parte de los procesos del mundo contemporáneo tiende a considerar un 'error metodológico' aceptar lo humano como persona. Se descarta su ethos, basándose en una pedagogía reducida a la racionalidad, fundada en la cantidad, en la productividad y en la reproducibilidad, mostrándose incompatible con la vida en comunidad propiamente dicha; cuando, de hecho, es por la ética que se coloca al ser humano y los límites de sus gestos en pauta, incluso aquellos en dirección a la barbarie. Es en el encuentro con la dignidad del otro que los temas de la verdad y de los misterios de sí se presentan. A la par de eso, los profesionales de la salud se resienten de la falta de conocimiento acerca de la condición del ser humano y, especialmente, de aquellas condiciones originarias, constitutivas, comunitarias. Aun cuando se asiste a un paciente, no se asiste apenas a un paciente: hay muchas voces en cada uno - a través de cada persona habla también su familia, su gente, su jerarquía de valores, su saber y su lugar. En fin, éticamente, cuando dos personas conversan, la humanidad dialoga.

En ese sentido pensar comunitariamente sería, por ejemplo: pensar el nacimiento/natalidad como el inicio del proceso de acogimiento, morada y sustentación (holding) del ser humano solitario que, de modo precario, es arrojado a la existencia; pensar la enfermedad/morbilidad como un momento para 'estar con' su paciente o comunidad, testimoniando y ayudando en la lúcida travesía del sufrimiento como condición inherente a la persona humana; pensar la muerte/mortalidad como momento que también pide testimonio, comprendiendo que preparar para la muerte, es, en verdad, preparar para atravesar el miedo a la soledad que se vislumbra con la finitud humana. Se inaugura así, el científico de la salud, aquel que busca apropiarse del conocimiento, más para ser el "sanador" de su comunidad. Que publica y socializa sus descubrimientos, pues también carga con la necesidad humana de universalizar su obra y de ser testimoniado por sus pares.

Sin embargo, el mundo que se presenta exila (terapéutica y seductoramente) a las personas de sus cuestiones de alteridad e interioridad, ignorando que hay situaciones en las que el mismo sufrimiento es fuente de saber y llega a ser necesario y saludable. Ese divorcio aflora, por ejemplo, en el cotidiano de la investigación científica involucrando a seres humanos, cuando se hacen contornos sobre la justa medida del 'consentimiento informado' de una comunidad sometida a estudio. ¿Es, de hecho, la producción científica incompatible con la ética? ¿El conocimiento es incompatible con el saber? ¿La socialización del conocimiento es una utopía ya abandonada por los científicos de la modernidad? En 1945, el médico y psicoanalista Donald Winnicott escribió5: "En verdad, cuando apenas sanos, somos decididamente pobres". Dentro del tono del texto, estamos de acuerdo que, en medio a tanto progreso y bienestar, somos de hecho pobres si somos apenas sanos, racionales, operacionales, eficientes, reguladores, productivos, duraderos, entificados; desprovistos de 'ser'.

 

REFERENCIAS

1 Platão. Diálogos I: Teeteto (ou do conhecimento), Sofista (ou do ser), Protágoras (ou sofistas). Tradução, textos complementares e notas de Edson Bini. São Paulo: Edipro; 2007. 320 p.

2 Morin E. O método 4. Tradução de Juremir Machado da Silva. 3. ed. Porto Alegre: Sulina; 2002. 320 p.

3 Jablonka E, Lamb MJ. Evolução em quatro dimensões: DNA, comportamento e a história da vida. Tradução de Claudio Ângelo. São Paulo: Companhia das Letras; 2010. 511 p.

4 Safra G. A po-ética na clínica contemporânea. 2. ed. São Paulo: Ideias & Letras; 2004. 160 p.

5 Winnicott DW. Da pediatria à psicanálise: obras escolhidas. Tradução de Davy Bogomoletz. Rio de Janeiro: Imago; 2000. 456 p.